Diana Sánchez Mejía
Psicoterapeuta Infantil
02/06/2014
“…
a las muñecas, con carritos, a ‘la casita’, con soldados, con juegos de mesa,
con tierra, o con el primer y más simple objeto que se atraviese…”
¿Recuerdas con qué o a
qué te gustaba jugar durante tu infancia? Basta con que hayas
terminado de leer esta pregunta para que de inmediato llegue a ti el vivo recuerdo
de aquello con lo que tanto disfrutabas por largo rato, con lo que el tiempo
pasaba desapercibido y la imaginación creaba increíbles escenarios y aventuras.
Seguramente mientras recreabas estas vivencia te acompañaban diversas sensaciones y emociones tan reales
que te hacían revivir aquel momento de una forma nítida y singular. Así de
fuerte es su efecto ¿Pero por qué es importante?
Además de que se le ha considerado
como un patrón de comportamiento humano natural y universal que puede llevarse
a cabo con cualquier objeto, o incluso con ninguno, al que se le dota de una
función simbólica, de una “… mezcla
intrigante de fantasías, sentimientos y percepciones de la vida real o irreal,
unidos con el espíritu de la simulación” (Irwin, 1991), el juego posee en sí
mismo beneficios de gran importancia en las diversas áreas de desarrollo y etapas
de vida debido a que es uno de los medios de expresión, experimentación y
aprendizaje más importantes.
Aunque no es exclusivo
de la infancia, el juego ocupa una parte importante del tiempo y desarrollo de las
personas en este período ya que estimula las áreas física, cognitiva, social
y emocional, además de que permite explorar y aprender sobre el mundo dentro de
un ambiente seguro y cómodo. En palabras de Oaklander (1978) “el juego es la
manera en que los niños [y las niñas] someten a prueba al mundo y aprenden
sobre él. Por tanto, el juego es esencial para un desarrollo saludable. Para
los niños [y las niñas] el juego es un asunto serio. […] A través de la
seguridad que brinda el juego […] pueden someter a prueba sus propias y nuevas
formas de ser”.
Es común que se perciba
distinto al juego en las diferentes etapas de la vida, por ejemplo,
entre la infancia y la adultez. En la primera se encuentra invadido de
atributos como la imaginación, creatividad y espontaneidad que permiten
experimentar tal actividad de una manera natural, donde el fin del juego es el juego
mismo cumpliendo una función básica de diversión, placer y ocio. En la segunda, en gran parte de las personas adultas influye un sinfín de condiciones
culturales y de pensamiento que hacen “razonar más” el juego, preguntándose
acerca de los objetivos que cumple, de su importancia, de los materiales y de
las reglas que este debe seguir, limitando la auténtica experiencia del mismo
que, para quienes se dan la oportunidad de vivirla, puede brindar las mismas
sensaciones y emociones de satisfacción y disfrute.
Pese a ello, el desarrollo tecnológico y cultural ha influido de manera negativa sobre este ya que van determinando supuestos que limitan y estigmatizan las formas de juego
y el uso de la creatividad e imaginación (tal es el caso de los juegos de vídeo
y dispositivos electrónicos que disponen a una actitud pasiva o de la disposición de los materiales que impiden a las
personas una amplia exploración de posibilidades por la asignación de género). Con el fin de
evitar dichas limitantes, las personas en la adultez cumplimos con un rol
importante dentro de estas actividades lúdicas de las personas en la infancia
facilitando las condiciones necesarias para el juego, es decir, proveyendo de
un lugar seguro, del tiempo suficiente y de una auténtica disposición para el
juego.
Diana Sánchez Mejía
Psicoterapeuta Infantil
www.centroliber.com
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REFERENCIAS
West, J. (2000). Terapia de juego centrado en el niño (2a Ed.) México: Manual Moderno
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